lunes, 17 de septiembre de 2018

La espada de Franco (2)

Adicado ao compañeiro Juan Soto coa seguridade de que lle resultará aínda máis proveitoso que o soneto da entrada anterior.
Este romance aparece precedido dunha advertencia do autor, Juan del Espino; está destinado a aqueles que non teñan a mente “sofisticada” e que posúan a capacidade de gozar coas cousas sinxelas. Pide o autor que se absteñan de lelo os que se atribúan o cualificativo de sabios ou que puideran ser cualificados por outros de “sabihondos”. Optei por reproducilo enteiro, a pesar da extensión desorbitada, para non romper a unidade do relato. O romance é unha biografía en verso (non opinamos sobre as virtudes poéticas que puidera conter) do Caudillo; nel aparecen a maioría dos tópicos que lle atribúen os seus haxiógrafos. Pode resultar un esforzo elevado a lectura completa e feita dun tirón; se é así, poden facelo en pequenas doses. Cando rematen obterán o agradecemento do autor que, nun epílogo, saúda e estreita a man a todos os que tiveron “la paciencia de subir peldaño a peldaño las escalerillas de este Romance”.

Que redoblen los tambores / y anuncien ya mi porfía,
que un romance castellano / decir luego yo quería.
Mio Cid Campeador, / tu socorro imploraría,
que el héroe que yo cantaba / tus gestas imitaría.
A Dios pido que me valga, / válgame Santa María,
que este romance de guerra / ahora mismo empezaría:
El siglo antes del veinte / ya casi se concluía;
en un cuatro de diciembre / Francisco Franco nacía.
En el Ferrol de Galicia / aún el alba de aquel día
no se dejaba entrever, / que la noche la cubría.
En un hogar marinero / gran alborozo había;
a las doce y media en punto / nueva estrella relucía.
Lo que será aquel hijo / sus padres no lo sabían;
que era grande su destino / quizá ya lo presentían.
Ya lo llevan a la iglesia, / bautizarlo ya querían,
y como nombre cristiano / Francisco ya le ponían.
Era niño muy hermoso, / ojos bien grandes tenía,
que tendría que fijarlos / bien pronto en la lejanía.
A los soldados jugaba / mientras en años crecía;
para futuras batallas / aquellos juegos serían.
A Toledo la imperial / el tren ya lo lleva un día,
que Francisco quiere ser / oficial de Infantería.
En mil novecientos diez / de teniente ya salía;
aún era casi un niño, / diecisiete años tenía.
Otra vez el tren veloz / a Ferrol lo conducía;
al abrazar a su madre / de emoción se estremecía.
Pero no por mucho tiempo / del hogar disfrutaría
que la llamada de África / el sueño le quitaría.
A Melilla ya navega, / el barco la mar hendía;
Francisco Franco, gozoso, / África ya la veía.
Oficial de Regulares / voluntario se ofrecía;
la aventura de la guerra / bien encima la tenía.
Para la acción de Yadumen / un escuadrón ya salía;
fuerte bautismo de fuego / Franco luego recibía.
El señor de Beni-Arós / incitaba a rebeldía;
la batalla de Izardúy / bien cara le costaría.
Allí el teniente Franco / su genio demostraría;
allí su primer ascenso / por méritos ganaría.
La guerra con sus rigores / Franco bien la recibía;
ya lo nombran capitán, / veintidós años tenía.
Las balas lo respetaban, / él su destino había,
que un día no lejano / a España la salvaría.
Pero una vez a lo menos / las balas estrenaría;
pasado de parte a parte, / al suelo ya se caía.
De milagro no murió, / que gran pérdida sería,
con lo mucho que en España / que hacer aún tenía.
El grado de comandante / el rey ya le concedía,
que méritos bien sobrados / al ascenso concurrían.
En Oviedo de Asturias / un regimiento había,
que del Príncipe llamaban, / y buen nombre que lucía.
Allí el “comandantín” / casi niño parecía,
cuando sobre su caballo, / gallardo aparecía.

Millán Astray lo llamaba, / al África ya volvía,
y con los brazos abiertos / la Legión lo recibía.
Ay, campos de Beni-Arós, / donde Arredondo caía;
los valientes legionarios / con qué fuerza combatían!
La jornada del Fondak / cuánta bravura exigía,
sobre el fiero legionario / el sol cómo se abatía!
El socorro de Melilla / mi Dios, qué prisa metía;
allí Franco con sus tropas / volaba más que corría.
El asalto de Nador / con qué coraje se hacía;
las hordas de los rebeldes / cómo el fuego las barría !
A liberar Koba-Darsa / con el sol de mediodía,
rápido como un relámpago / Franco luego acudía.
La retirada de Xauen / qué dantesca acontecía;
a los bravos legionarios / Franco bien los conducía!
Desembarco de Alhucemas, / olvidarlo no podría;
¡ qué gesta más valerosa / la que se “fizo” aquel día!
A España, lleno de gloria, / Franco luego se volvía;
duras tierras africanas, / a verlas ya volvería.
Por méritos ya lo hacen / general de Infantería,
cuando Franco solamente / treinta y tres años tenía.
En Zaragoza, gozoso, / los cadetes instruía,
cuando un catorce de abril / la república venía.
Lo mandan a Baleares / donde lejos estaría;
creían que su presencia / en España estorbaría.
En el año treinta y cuatro / la mina paz no tenía;
el ministro de la Guerra / a Franco luego acudía.
Lo de Asturias se arregló, / como Franco disponía;
la mala hora pasó, / otra más mala vendría.
Jefe de Estado Mayor, / mucho trabajo tenía;
al Ejército otra vez / el prestigio devolvía.
Pero el Frente Popular / arreciando ya venía,
y la grandeza de España / furioso la destruía.
A José Calvo Sotelo / ya lo mataron un día;
en el fango y el dolor / España se revolvía.
Allá lejos en Canarias / un lucero se encendía;
la noche estaba pasando, / estaba llegando el día.
El dieciocho de julio / ya, por fin, amanecía,
colores de sangre y oro / el sol naciente traía.
Franco ya se preparaba, / un ángel lo conducía;
cuando llegaba la noche / a Marruecos volaría.
Empezaba el Movimiento / que a España salvaría,
y al comunismo traidor / en el abismo hundiría.
El Alto de los Leones / más y más se enaltecía
con la sangre que en sus cerros / por España se vertía.
El convoy de la Victoria / a la mar ya se hacía;
¡oh Dios, aquellos soldados / cómo España los pedía!
La batalla del Estrecho / qué difícil se ponía;
pero Franco esa batalla, / vive Dios, la ganaría.
El Palacio de Yanduri, / de Sevilla, rebullía
con la actividad de Franco, / que la guerra dirigía.
Después el de los Golfines, / de Cáceres, se veía
honrado con aquel huésped / que sus glorias acrecía.
Por el Sur cuánta victoria / bajo el sol de mediodía;
en dirección a Toledo / cómo el frente se movía!
El Alcázar se defiende, / allí nadie se rendía;
aquella batalla Franco / bien de cerca la seguía.
Al coronel Moscardó / qué recio lo abrazaría;
a aquel nuevo Abraham / qué plácemes le daría!
En el cuartel de Simancas / hasta morir resistían;
qué pena le daba a Franco, / socorrerlos no podía!
En Burgos, la castellana, / gran suceso acontecía;
España, la redimida, / su Caudillo ya tenía.
La nación, alborozada, / la noticia recibía
y estremecida de gozo, / “Franco, Franco...! repetía.
La historia le daba cita, / España lo presentía;
claro sol de la victoria / en el cielo ya lucía.
En la culta Salamanca / su cuartel constituía;
según avanzaba el frente / más cerca de el se ponía.
A la cárcel de Alicante / un ángel bueno venía
a buscar a José Antonio / que por España caía.
Con su sangre derramada / la Patria se regaría;
la tierra bien fecundada / buena cosecha daría.
En un día de Santiago / Brunete se ganaría;
el santo Patrón de España / a Franco lo protegía.
La guerra se prolongaba, / mas Franco la ganaría;
en medio de la tormenta / su sonrisa lo decía.
La batalla de Belchite / cuánto valor exigía;
Zaragoza estaba cerca, / los rojos bien lo sabían.
Mas entrar en Zaragoza / jamás lo conseguirían,
que los soldados de España / por el Pilar combatían.
De heroísmos en Teruel / cuánto derroche se hacía;
de roja sangre teñida, / la nieve se derretía.
El niño José Vicente / de aquel infierno huía;
en los brazos su hermanito / de frío se le moría.
En el Ebro qué combates / más fieros acontecían;
exclamando: “Viva España !” / ¡ cuántos soldados morían!
El Frente con mucho brío / los rojos lo romperían,
pero, al fin, por su valor / los de Franco ganarían.
Un veintiséis de enero / Barcelona ya caía;
mejor dicho, para España / Barcelona renacía.
Para veintiocho de marzo / Madrid resucitaría,
y para uno de abril / la guerra terminaría.
Franco la había ganado / con saber y valentía,
y los bravos militares / que en sus filas combatían.
Los humildes y los pobres / su buena parte tenían,
la monjita que rezaba / y la viuda que gemía.
A Dios que da las victorias / Franco su espada ofrecía;
entre vítores y aplausos / toda España recorría.
El pueblo con entusiasmo / de fervor desbordaría
desde Irún a Barcelona, / desde Santiago a Almería.
Abrazo más apretado / jamás el mundo vería
que el abrazo con que Franco / a toda España ceñía.
Aquí el romance guerrero / de Franco terminaría,
que si de la paz hablaba, / acabarlo no podría.
Viva el Caudillo de España, / que un día y otro día
en su puesto alerta está / y a España la salvaría.

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