Adicado ao compañeiro Juan Soto coa seguridade de que lle resultará aínda máis proveitoso que o soneto da entrada anterior.
Este
romance aparece precedido dunha advertencia do autor, Juan del
Espino; está destinado a aqueles que non teñan a mente
“sofisticada” e que posúan a capacidade de gozar coas cousas
sinxelas. Pide o autor que se absteñan de lelo os que se atribúan o
cualificativo de sabios ou que puideran ser cualificados por outros
de “sabihondos”. Optei por reproducilo enteiro, a pesar da
extensión desorbitada, para non romper a unidade do relato. O
romance é unha biografía en verso (non opinamos sobre as virtudes
poéticas que puidera conter) do Caudillo; nel aparecen a
maioría dos tópicos que lle atribúen os seus haxiógrafos. Pode
resultar un esforzo elevado a lectura completa e feita dun tirón; se
é así, poden facelo en pequenas doses. Cando rematen obterán o
agradecemento do autor que, nun epílogo, saúda e estreita a man a
todos os que tiveron “la paciencia de subir peldaño a peldaño las
escalerillas de este Romance”.
Que
redoblen los tambores / y anuncien ya mi porfía,
que
un romance castellano / decir luego yo quería.
Mio
Cid Campeador, / tu socorro imploraría,
que
el héroe que yo cantaba / tus gestas imitaría.
A
Dios pido que me valga, / válgame Santa María,
que
este romance de guerra / ahora mismo empezaría:
El
siglo antes del veinte / ya casi se concluía;
en un
cuatro de diciembre / Francisco Franco nacía.
En el
Ferrol de Galicia / aún el alba de aquel día
no se
dejaba entrever, / que la noche la cubría.
En un
hogar marinero / gran alborozo había;
a las
doce y media en punto / nueva estrella relucía.
Lo
que será aquel hijo / sus padres no lo sabían;
que
era grande su destino / quizá ya lo presentían.
Ya lo
llevan a la iglesia, / bautizarlo ya querían,
y
como nombre cristiano / Francisco ya le ponían.
Era
niño muy hermoso, / ojos bien grandes tenía,
que
tendría que fijarlos / bien pronto en la lejanía.
A los
soldados jugaba / mientras en años crecía;
para
futuras batallas / aquellos juegos serían.
A
Toledo la imperial / el tren ya lo lleva un día,
que
Francisco quiere ser / oficial de Infantería.
En
mil novecientos diez / de teniente ya salía;
aún
era casi un niño, / diecisiete años tenía.
Otra
vez el tren veloz / a Ferrol lo conducía;
al
abrazar a su madre / de emoción se estremecía.
Pero
no por mucho tiempo / del hogar disfrutaría
que
la llamada de África / el sueño le quitaría.
A
Melilla ya navega, / el barco la mar hendía;
Francisco
Franco, gozoso, / África ya la veía.
Oficial
de Regulares / voluntario se ofrecía;
la
aventura de la guerra / bien encima la tenía.
Para
la acción de Yadumen / un escuadrón ya salía;
fuerte
bautismo de fuego / Franco luego recibía.
El
señor de Beni-Arós / incitaba a rebeldía;
la
batalla de Izardúy / bien cara le costaría.
Allí
el teniente Franco / su genio demostraría;
allí
su primer ascenso / por méritos ganaría.
La
guerra con sus rigores / Franco bien la recibía;
ya lo
nombran capitán, / veintidós años tenía.
Las
balas lo respetaban, / él su destino había,
que
un día no lejano / a España la salvaría.
Pero
una vez a lo menos / las balas estrenaría;
pasado
de parte a parte, / al suelo ya se caía.
De
milagro no murió, / que gran pérdida sería,
con
lo mucho que en España / que hacer aún tenía.
El
grado de comandante / el rey ya le concedía,
que
méritos bien sobrados / al ascenso concurrían.
En
Oviedo de Asturias / un regimiento había,
que
del Príncipe llamaban, / y buen nombre que lucía.
Allí
el “comandantín” / casi niño parecía,
cuando
sobre su caballo, / gallardo aparecía.
Millán
Astray lo llamaba, / al África ya volvía,
y con
los brazos abiertos / la Legión lo recibía.
Ay,
campos de Beni-Arós, / donde Arredondo caía;
los
valientes legionarios / con qué fuerza combatían!
La
jornada del Fondak / cuánta bravura exigía,
sobre el fiero legionario / el sol cómo se abatía!
El
socorro de Melilla / mi Dios, qué prisa metía;
allí
Franco con sus tropas / volaba más que corría.
El
asalto de Nador / con qué coraje se hacía;
las
hordas de los rebeldes / cómo el fuego las barría !
A
liberar Koba-Darsa / con el sol de mediodía,
rápido
como un relámpago / Franco luego acudía.
La
retirada de Xauen / qué dantesca acontecía;
a los
bravos legionarios / Franco bien los conducía!
Desembarco
de Alhucemas, / olvidarlo no podría;
¡
qué gesta más valerosa / la que se “fizo” aquel día!
A
España, lleno de gloria, / Franco luego se volvía;
duras
tierras africanas, / a verlas ya volvería.
Por
méritos ya lo hacen / general de Infantería,
cuando
Franco solamente / treinta y tres años tenía.
En
Zaragoza, gozoso, / los cadetes instruía,
cuando
un catorce de abril / la república venía.
Lo
mandan a Baleares / donde lejos estaría;
creían
que su presencia / en España estorbaría.
En el
año treinta y cuatro / la mina paz no tenía;
el
ministro de la Guerra / a Franco luego acudía.
Lo de
Asturias se arregló, / como Franco disponía;
la
mala hora pasó, / otra más mala vendría.
Jefe
de Estado Mayor, / mucho trabajo tenía;
al
Ejército otra vez / el prestigio devolvía.
Pero
el Frente Popular / arreciando ya venía,
y la
grandeza de España / furioso la destruía.
A
José Calvo Sotelo / ya lo mataron un día;
en el
fango y el dolor / España se revolvía.
Allá
lejos en Canarias / un lucero se encendía;
la
noche estaba pasando, / estaba llegando el día.
El
dieciocho de julio / ya, por fin, amanecía,
colores
de sangre y oro / el sol naciente traía.
Franco
ya se preparaba, / un ángel lo conducía;
cuando
llegaba la noche / a Marruecos volaría.
Empezaba
el Movimiento / que a España salvaría,
y al
comunismo traidor / en el abismo hundiría.
El
Alto de los Leones / más y más se enaltecía
con
la sangre que en sus cerros / por España se vertía.
El
convoy de la Victoria / a la mar ya se hacía;
¡oh
Dios, aquellos soldados / cómo España los pedía!
La
batalla del Estrecho / qué difícil se ponía;
pero
Franco esa batalla, / vive Dios, la ganaría.
El
Palacio de Yanduri, / de Sevilla, rebullía
con
la actividad de Franco, / que la guerra dirigía.
Después
el de los Golfines, / de Cáceres, se veía
honrado
con aquel huésped / que sus glorias acrecía.
Por
el Sur cuánta victoria / bajo el sol de mediodía;
en
dirección a Toledo / cómo el frente se movía!
El
Alcázar se defiende, / allí nadie se rendía;
aquella
batalla Franco / bien de cerca la seguía.
Al
coronel Moscardó / qué recio lo abrazaría;
a
aquel nuevo Abraham / qué plácemes le daría!
En el
cuartel de Simancas / hasta morir resistían;
qué
pena le daba a Franco, / socorrerlos no podía!
En
Burgos, la castellana, / gran suceso acontecía;
España,
la redimida, / su Caudillo ya tenía.
La
nación, alborozada, / la noticia recibía
y
estremecida de gozo, / “Franco, Franco...! repetía.
La
historia le daba cita, / España lo presentía;
claro
sol de la victoria / en el cielo ya lucía.
En la
culta Salamanca / su cuartel constituía;
según
avanzaba el frente / más cerca de el se ponía.
A la
cárcel de Alicante / un ángel bueno venía
a
buscar a José Antonio / que por España caía.
Con
su sangre derramada / la Patria se regaría;
la
tierra bien fecundada / buena cosecha daría.
En un
día de Santiago / Brunete se ganaría;
el
santo Patrón de España / a Franco lo protegía.
La
guerra se prolongaba, / mas Franco la ganaría;
en
medio de la tormenta / su sonrisa lo decía.
La
batalla de Belchite / cuánto valor exigía;
Zaragoza
estaba cerca, / los rojos bien lo sabían.
Mas
entrar en Zaragoza / jamás lo conseguirían,
que
los soldados de España / por el Pilar combatían.
De
heroísmos en Teruel / cuánto derroche se hacía;
de
roja sangre teñida, / la nieve se derretía.
El
niño José Vicente / de aquel infierno huía;
en
los brazos su hermanito / de frío se le moría.
En el
Ebro qué combates / más fieros acontecían;
exclamando:
“Viva España !” / ¡ cuántos soldados morían!
El
Frente con mucho brío / los rojos lo romperían,
pero,
al fin, por su valor / los de Franco ganarían.
Un
veintiséis de enero / Barcelona ya caía;
mejor
dicho, para España / Barcelona renacía.
Para
veintiocho de marzo / Madrid resucitaría,
y
para uno de abril / la guerra terminaría.
Franco
la había ganado / con saber y valentía,
y los
bravos militares / que en sus filas combatían.
Los
humildes y los pobres / su buena parte tenían,
la
monjita que rezaba / y la viuda que gemía.
A
Dios que da las victorias / Franco su espada ofrecía;
entre
vítores y aplausos / toda España recorría.
El
pueblo con entusiasmo / de fervor desbordaría
desde
Irún a Barcelona, / desde Santiago a Almería.
Abrazo
más apretado / jamás el mundo vería
que
el abrazo con que Franco / a toda España ceñía.
Aquí
el romance guerrero / de Franco terminaría,
que
si de la paz hablaba, / acabarlo no podría.
Viva
el Caudillo de España, / que un día y otro día
en su
puesto alerta está / y a España la salvaría.